PUBLICADO POR: CINE Y LITERATURA 20 SEPTIEMBRE, 2023
El argumento dramático del nuevo filme concebido por la productora Fábula esconde una intrincada retórica de exculpación y de legitimación —tanto a nivel antropológico como histórico—, que su autor —el realizador chileno— procura para el beneficio y la subjetividad propia de la clase social a la cual pertenece, en su condición de enmascarado hijo pródigo.
Por Patricio Altamirano Arancibia
Publicado el 20.9.2023
Consideraremos a Pablo Larraín Matte (Santiago, 1976) como un integrante de la casta Larraín, uno de los linajes familiares guías de la clase alta chilena, las razones para esto se encuentran en el libro La casta de los Larraín en la burguesía chilena (1500 – 2013), que puede obtener directamente con su autor, y donde se muestra el devenir histórico de la citada estirpe, iniciada en el año 1500, en la España medieval, y que se extiende hasta nuestros días en el país.
El aristocrático clan Larraín tiene una historia de más 500 años, cuya trayectoria legendaria está presente en el largometraje de ficción El conde (2023), y cuyo ethos fue traspasado a esta producción simbólica por su representante directo: Pablo Larraín Matte, en sus roles de director y guionista. En eso último fue acompañado por el guionista mesocrático Guillermo Calderón Labra, quien además posee una formación muy refinada y especializada.
Larraín y Calderón compitieron «solos»
Partamos por consignar que uno de los afanes fundamentales de Pablo Larraín Matte, con respecto a la película El conde, para el festival de Venecia, era obtener el preciado León de Oro, tal como lo constató CNN, en la siguiente nota periodística: «en la nueva edición del Festival de Venecia, Larraín con más de 20 realizadores y realizadoras, entre ellos el mexicano Michel Franco y los estadounidenses Bradley Cooper, Sofia Coppola y David Fincher, (van) por el deseado León de Oro» (CNN , 25 de julio).
Aquella fue una situación que estuvo muy lejos de materializarse, sin embargo, y esta versión correspondió a una gran derrota para los hermanos Pablo y Juan de Dios Larraín Matte, que son los dueños de la productora Fábula.
La película recibió un premio al guion escrito por Larraín-Calderón, destaquemos, que fue el único galardón latinoamericano, que está registrado en algunos títulos periodísticos, sin embargo, en un hecho que sería un gran logro, el mismo Pablo Larraín Matte se encarga de bajarle el perfil, cuando: «pidió compasión por los ‘extraordinarios guionistas’ de todo el mundo» (The Clinic, 9 de septiembre), porque no estuvieron presentes, ya que: «diversos trabajadores de Hollywood están en huelga».
Este reconocimiento conseguido en medio de la ausencia del grueso de la producción cinematográfica, más importante del mundo, que es la de EE. UU., implica que esta versión del Festival, no es comparable con sus versiones anteriores, pues fue de menor rango cualitativo, y se caracterizó por un contexto de muy baja competencia.
Consideremos que el contexto previo del Festival de Venecia, no estremeció a los hermanos Pablo y Juan de Dios Larraín Matte, dueños de Fábula, pues ellos actuaron a contra corriente de las posturas progresistas que apoyan la huelga de guionista y actores de la industria cinematográfica en los EE. UU.
Actuando a contracorriente del «aparente» juicio que la película hace a Pinochet, quien fue un dictador cívico militar contrario a los intereses de los trabajadores, podemos percibir que en realidad la película contiene una «crítica a la chilena», es decir, una crítica a medias tintas o una crítica con pillería.
Esto lo pesquisa con mucha claridad Rodrigo González, de La Tercera, quien dice que: «desde los créditos iniciales de El conde, podemos intuir que esta película será una eterna contradicción y un desafío».
González lo justifica haciendo ver que: «sus letras son góticas, estilo asociado con la gráfica de los grandes periódicos y también, por supuesto, con los nazis. Sin embargo, el color de las grafías es el rosa, una muestra de que esta historia no se toma nada muy en serio».
El 2 de mayo de este año, el Sindicato de Guionistas de Estados Unidos (WGA) se declaró en huelga, se enfrenta a la poderosa Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP).
Siguiendo un libreto de sátira y ficción, es como si Guillermo Calderón Labra de Lewin, uno de los guionistas más importantes de Chile, estuviera en huelga, y su contrincante fuera Pablo Larraín Matte, uno de los dueños de la productora más poderosa del país.
Exagerando la sátira y la ficción, podríamos esperar que Guillermo Calderón Labra de Lewin hubiera rechazado el premio de Venecia, con el apoyo de la Corporación de Directores y Guionistas Audiovisuales de Chile en solidaridad hacia su par estadounidense.
Luego, el 14 de julio, de este año, se suma la paralización del Sindicato de Actores de Cine-Federación Estadounidense de Artistas de Radio y Televisión (SAG-AFTRA) contra la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP).
Siguiendo en una lógica de sátira y ficción, es como si Jaime Vadell Amión, Gloria Münchmeyer Barber, Paula Luchsinger Escobar y Alfredo Castro Gómez, destacadísimos actores chilenos estuvieran en huelga contra Pablo Larraín Matte, y en un video viralizado hubiesen rechazado el premio que aquel recibió en Venecia, esto porque junto a la directiva de Sidarte, están en fiel y leal empatía con sus colegas norteamericanos.
El efecto de la huelga ha sido tal en los Estados Unidos, que los Premios Emmy programados para septiembre de este año, se han aplazado para enero de 2024, mostrando la fuerza de los trabajadores paralizados, pese a las presiones de la Alianza de Productores de Cine y Televisión (AMPTP) por querer filmar y grabar igual.
Para mayores antecedentes de la situación actual de la huelga se puede revisar la prensa, donde se muestra la cantidad de películas y series que están paradas, a escasos días de superar un récord: «al 18 de septiembre, la huelga de guionistas de Estados Unidos alcanza la friolera de 140 días, a falta de 14 para superar el récord de la que se hizo en 1988, que duró 154«.
Volvamos con el director Pablo Larraín Matte, quien aprovechó la instancia para exigir un ‘no a la impunidad’, ad portas de los 50 años del golpe cívico-militar. Con esto Larraín Matte es uno de los primeros en asumir que su película es una crítica, en código de sátira, hacia la figura política Pinochet.
El comentarista de The Clinic indica que: «Larraín busca retratar la impunidad que tuvo luego de la dictadura chilena», esto sin duda que se logra, y se manifiesta en la hilaridad que provoca la obra en los espectadores locales.
Unos oligarcas impunes
Larraín sostiene que: «la impunidad brutal que representa Pinochet debía ser encarada directamente, mostrándolo por primera vez de frente. Para eso, hemos utilizado el lenguaje de la sátira y de la farsa política» (El Mostrador, 16 de agosto).
Nuevamente se muestra una «impunidad a la chilena», a medias tintas, porque no se expone a los empresarios que se enriquecieron, recordemos que Pinochet fue un comandante en Jefe al servicio de los empresarios. Desde la independencia hasta nuestros días los Larraín, en alianza con los Matte, y las familias mayorazgas, han construido a sus comandantes en Jefe, y esto es parte del acervo cultural que los hermanos Larraín Matte conocen en su íntima vida familiar.
Cuando no han tenido al ejército, han creado tropas mercenarias, como las Guardias Cívicas de Diego Portales en la década de 1830, o han usado a la Armada como lo hizo Jorge Montt Álvarez (1891), o las Milicias Republicanas (1932 – 1936), entre otras iniciativas.
Digamos que Larraín en su película muestra a un Pinochet que reconoce que los empresarios lo sobornaron a cambio de entregar a precios muy baratos las ex empresas públicas, con esto difunde, en muy pocos momentos, en una mínima pincelada, que los empresarios se enriquecieron ilícitamente, aunque esto queda en segundo plano, no es la trama central de su película, pero esta es la mayor impunidad que se logra, porque no existe ningún juicio a los empresarios que se enriquecieron ilícitamente.
Larraín elabora una «crítica a la chilena» en torno a los empresarios, para evitar esclarecer que la dictadura cívico y militar estuvo al servicio de la élite financiera, para que ellos: «con mano ajena reconquistaran el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios» (Salvador Allende, en su discurso del 11 de septiembre de 1973).
Si la crítica fuera sincera se notaría, y Pablo diría algo sobre el libro A la sombra de los cuervos donde el periodista Javier Rebolledo devela un siniestro entramado de personas (civiles) que actuaron directamente en estos hechos horribles.
Porque fueron funcionarios de La Papelera —como se conoce a la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, propiedad de la familia Matte— quienes señalaron con el dedo a los detenidos que luego fueron encontrados en una fosa común de un cementerio en Yumbel; pues en efecto, fue la misma empresa la que facilitó a los carabineros de Laja vehículos para los arrestos y les proporcionó alcohol para «envalentonarlos» antes del irregular fusilamiento.
Si Pablo hubiera dicho cómo su familia usufructuó del golpe de Estado de 1973, y cómo se han beneficiado de los anteriores ciclos golpistas, según se puede ver en el siguiente artículo: «Los Larraín Matte, Evópoli y el liberalismo represor», entonces sería algo más que una típica «critica a la chilena».
Es encomiable que Pablo Larraín Matte quiera personificar el papel del progresista dentro del clan Larraín Matte. El añora ser un progresista, porque en su crianza materna le fue trasmitido, el sentido crítico estaba ahí, en los recuerdos sobre su abuelo Arturo Matte Alessandri (1924 – 1965), quien fundara la Editorial Universitaria.
Casa impresora desde donde ilustró al país, luego compró el diario Las Noticias de la Última Hora, que fue el baluarte de la izquierda en el contexto de los gobiernos radicales. Así, cuando su tío Jorge Alessandri Rodríguez fue Presidente, el abandonó el país y fue corresponsal del diario soviético Pravda: estos viajes están reflejado en la publicación Crónicas de viaje.
Esta relación con la izquierda proviene del legendario Eugenio Matte Hurtado (1895 – 1934), uno de los fundadores del Partido Socialista de Chile, para indagar sobre él puede leer el libro Eugenio Matte Hurtado. Textos políticos y discursos parlamentarios, de Raimundo Meneghello.
Pero Pablo Larraín Matte está muy lejos del sentido crítico de Arturo Matte Alessandri o de Eugenio Matte Hurtado.
Pinochet como un ladrón mítico
Algunos comentaristas tratan de ser inquisidores con Larraín, y les sacan palabras muy importantes, y que tienen una mirada crítica, a la chilena, por ejemplo, en The Clinic él comparó a Pinochet con el dictador español Francisco Franco: «Comparten el placer por la maldad y la poca inteligencia. Fueron un poco los bufones de otros grupos de poder que quisieron ponerlos ahí o apoyarlos en ese ejercicio» (El Mostrador, 31 de agosto).
En la película Larraín no muestra a esos «otros grupos de poder», que quedan en el anonimato. Se critica a los dictadores, pero no a los empresarios que fueron sus financistas, quien los sostiene.
Pablo reduce a Pinochet a su rol de ladrón.
Larraín exclama que: «defendió el deber de retratar al mal», que lo encarna Pinochet en su rol de violador de derechos humanos, de un asesino despiadado, pero nunca fue juzgado en Chile por esas aberraciones.
Así, Larraín centra la película en mostrar que: «Pinochet nunca enfrentó a la justicia», aclaremos reducida a la dimensión de ladrón, no de violador de derechos humanos. Por eso: «la intención del director era mostrar al tirano como ‘un ladrón’».
Claramente Larraín muestra que se puede «aceptar absurdamente» que un militar viole los derechos humanos: «hay quien cree que ‘un soldado como él puede efectivamente matar y cometer violaciones de los Derechos Humanos de cualquier nivel y magnitud’».
Lo que más complica es que Pinochet fue un ladrón, para esto puso como ejemplo al Caso Riggs, un proceso contra el militar por malversación de fondos públicos en un entramado estadounidense, cosa que se muestra atormentó al excomandante en jefe del Ejército en sus últimos días, el que pasara a la historia como un ladrón.
Antes que una sátira, un símbolo
En el plano del análisis cinematográfico, los comentaristas difieren de cuál es la mejor película de Pablo Larraín, para luego discernir si esta nueva obra, se acerca o se aleja de su mejor producción.
Así, Ezio Mosciatti plantea que «su mejor obra es El club, y justifica su opción porque es: «una historia sobre sacerdotes acusados de distintos delitos, un mundo que él conoce».
La evaluación de Mosciatti, en primer lugar, es muy positiva, porque sostiene: «para mí, después (de El club), viene en calidad El conde, otro mundo cercano al director” (Biobío, 16 de septiembre). Fundamenta su visión con que: «el humor, por otro lado, no ha sido un punto fuerte en el cine chileno. En general, ha sido radioteatro, teatro y televisión llevado al cine. Mucho sketch, poco cine. El conde es una propuesta de cine. Es una película de humor negro».
Agrega: «El conde es una forma particular y lograda de ver a Pinochet y sus cercanos en su brutalidad y horror». En segundo lugar, Mosciatti contrabalancea su opinión positiva al encontrar una debilidad muy importante, cuando escribe: «creo que el personaje de Carmen —el único sin referencias reconocibles— me parece el más débil. Al estar Carmen fuera de la dinámica ‘familiar’ y ser, por tanto, contrapunto de ésta, requería un trabajo más fino, más sólido».
Esta falencia, también es compartida por Rodrigo González, de La Tercera, quien dice: «una monja que al mismo tiempo es contadora (Paula Luchsinger) y que para efectos dramáticos parece estar en otra película, distinta al tono mordaz de El conde».
A las falencias de la película, que constatan, podíamos sumar la trama entre Margaret Thatcher y Augusto Pinochet, que Manu Yáñez reseña: «por desgracia, en su retorno al presente, a la película parece agotársele el suministro de originalidad y el film entra en un reiterativo bucle de reproches, escatología y comentarios sarcásticos» (Fotogramas, 15 de septiembre), con lo cual los paralelismos temáticos de la película no logran fundir en una sola temática que la ligue.
Siguiendo el tono menos complaciente de Rodrigo González, de La Tercera, él se pregunta: «el punto es saber si la broma de El conde —ya disponible en Netflix— funcionará hasta el final o se quedará sin combustible en la mitad de la carrera. Aquí pareciera que andamos algo cortos de bencina, pero que el camino recorrido ha valido la pena».
Llega a calificarla como una: «de esas películas imperfectas y ambiciosas, tal vez malherida por tener una premisa tan buena como fugaz. O quizás deba ser vista con la distancia del tiempo, cuando si haga sentido el ultra citado aforismo de Marx que dice que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como comedia».
Manu Yáñez cuando quiere encontrarle un sentido político a la película, lo hace en forma vacilante. Primero considera que: «más allá del ejercicio de fabulación histórica, El conde dispara con inquina contra el legado del pinochetismo, que pervive con fuerza en un Chile que, después del estallido social de 2019, parece ahora a merced del auge de una ultraderecha liderada por José Antonio Kast, un heredero del dictador».
Destaca que la película podría contrarrestar ese auge porque: «Larraín sabe bien lo que supondrá para el público chileno contemplar la icónica imagen del vampiro Pinochet surcando los cielos del actual Santiago de Chile y paseando por el Palacio de la Moneda».
A contracorriente Manu Yáñez nos destaca que Larraín retrata a un: «Pinochet que se siente traicionado por su país, que le considera un ladrón corrupto y codicioso», y esto sirve de rearme a la actual ultraderecha —representada para algunos en el Partido Republicano—, y la cual buscaría hacer revivir al Pinochetismo, ante la traición de quienes lo habrían abandonado.
Si usted quiere conocer un resumen de las criticas internaciones puede revisar el articulo «El conde: Qué dice la crítica sobre la sátira de Pablo Larraín que acaba de llegar a Netflix», de Josefina Chalde.
La productora Fábula: el audiovisual de una «casta»
Volvamos con Manu Yáñez que nos permite comprender más en profundidad toda la obra fílmica de Pablo Larraín quien considera que: «No (es) su mejor película hasta la fecha», porque: «puso el foco en la operación de marketing, de aliento neoliberal, que permitió ganar el plebiscito que sacaría al dictador del poder».
Yáñez muestra un conocimiento de la obra del director: «no ha cesado en su empeño por diseccionar los episodios más siniestros de la historia moderna de Chile». Se refiere a que en las películas: «Tony Manero y Post mortem, el cineasta retrató la inmunidad criminal en la que se sumió la república sudamericana bajo la siniestra brújula de Augusto Pinochet», y agrega: «El club (donde) el autor chileno denunció los casos de abusos sexuales silenciados por la iglesia durante décadas».
Para Enrique Morales Lastra la cinta Post mortem (2010) es la obra prima de Pablo Larraín Matte, porque que en ella: «explora por senderos audiovisualmente inéditos (la autopsia al cuerpo de Salvador Allende, por ejemplo)», y construye una: «historia bastante gráfica de lo que fue la violencia irracional que se cernió en el ambiente cotidiano del país, luego del 11 de septiembre de 1973» (Cine y Literatura, 7 de septiembre).
Asimismo, Morales Lastra considera que es un relato audiovisual muy acabado. Complementa su mirada al sostener que Fuga (2006) que es todo lo contrario, es su peor trabajo, explica que: «Larraín sigue preso de sus obsesiones inaugurales», y especifica claramente en la sobre carga de «personajes atormentados», sin embargo, en el propio Diario Cine y Literatura no están disponibles sus comentarios, solo aparece el de Aníbal Ricci Anduaga que se refiere a Fuga.
En el marco interpretativo que ha construido Morales Lastra, el filme El conde (2023) se ubica cercano, e inclusive más bajo que su rendimiento en Fuga (2006). Digamos que la temática de «personajes atormentados» consume toda la película, que en este caso es el conde Pinochet, por eso Morales indica que: «es menos que regular, reiterativo, de guion facilista y superficial», recalca que es: «una obra demasiado simple», llegando a sostener que: «le sobran por lo bajo 30 minutos de metraje», con esto último es un juicio lapidario.
Morales Lastra no obstante su juicio lapidario de la cinta El conde, por la contingencia de septiembre del año 2023, es llevada al contexto del aniversario número 50 del golpe de Estado cívico militar, y en esa dimensión califica la película como «una falsa propuesta de cine político» que se «promocionaba compleja y casi a la altura de una interpretación sociológica de la figura de Augusto Pinochet», a su juicio es una «franca decepción».
Una clase social que lava sus culpas (y sus «crímenes»)
Detengámonos en el aporte que hace la película a la propia clase alta chilena.
En efecto, le permite a la clase alta chilena reinterpretar sus propias acciones junto a Pinochet, para construir una resignificación de Pinochet, zafarse del tirano, y esto Enrique Morales Lastra lo devela con mucha claridad, cuando dice: «la carga ideológicamente exculpatoria que representa el argumento del nuevo filme de Larraín…». En simple, el filme le permite a la elite exculparse de su participación en la dictadura cívico militar, porque Pinochet: «obligó al resto de los chilenos a cometer barbaridades», porque era un ser atormentado.
Con esto los Larraín Matte, y los Matte Larraín, y los grupos guías de la clase alta, se sindican como «víctimas históricas y morales» llegando a mostrarse como «vilmente estafadas». Mas importante aún “la sociedad chilena actual sería un producto de la presencia de Pinochet entre nosotros”.
Entonces, la “cruzada pinochetista supo convertir el país en un nido de «héroes de la avaricia» (Fotogramas, 15 de septiembre). Con esto los pinochetistas de ayer, pueden sostener que «lo apoyaron erróneamente», y que en su momento «fueron engañados», por que Pinochet fue un «actor sagaz y persuasivo» y como fueron engañados, solo fueron cómplices pasivos de sus atrocidades.
Así, el filme de Pablo Larraín, es un cine altamente político, aunque ideológicamente falso, acá viene la brillante conexión que hace Morales Lastra en el siguiente comentario, que es un sin duda su mayor aporte, a lo que busca la película, para comprender cabalmente como Pablo Larraín Matte colabora a reinterpretar la relación de la clase alta con Pinochet.
Morales Lastra sostiene que el largometraje realiza: «una estrategia similar a la seguida por la elite política y empresarial de la antigua República Federal Alemana, concluida la Segunda Guerra Mundial: Hitler y los nazis fueron…, nosotros solo fuimos engañados, y por ende, como mínimo, y en el peor de los casos, somos las primeras víctimas de todo esto», así Pablo, y todo los suyos, podrán decir: «Pinochet nos engañó».
Estos acertados comentarios de Morales Lastra permiten relacionar al clan chileno Larraín Matte o Matte Larraín con la clan alemán Quandt.
De esa manera, tiene eco ese reclamo de Morales Lastra en su primera columna sobre El conde, donde solicita que Pablo Larraín Matte lleve al cine: «el todavía impune respaldo que su padre, el abogado y exsenador Hernán Larraín Fernández, le prestó inicialmente, a ese mismo gobierno en su condición de vicerrector académico designado en la Universidad Católica de Chile (la autoridad más importante de esa Casa de Estudios en ese entonces, después del rector delegado, el almirante de la Armada, Jorge Alfonso Swett Madge)».
Tampoco, Pablo Larraín Matte: «ha confrontado la defensa encarnizada que su padre hizo de la figura de Paul Schäfer, en su condición de influyente senador (cuando el fallecido convicto alemán era buscado por un juez de la República, o sea que era un prófugo de la justicia); y asimismo de su benefactora Colonia Dignidad, una verdadera organización criminal, esto último dicho de acuerdo a sentencias ejecutoriadas dictadas públicamente por el Poder Judicial, a principios del presente siglo XXI». Y cuando su padre ha sido consultado: «se ha limitado a decir que simplemente, él también fue engañado».
Cuando el columnista inglés Xan Brook le pregunta a Pablo Larraín sobre su padre, responde: «creo que particularmente mi padre ha sido miembro de un partido político que lo apoyó (a Pinochet). Hoy en día esa no es su opinión. Quizás se haya desviado un poco. Pero mis padres son parte de una estructura de clase particular. Yo soy de ese mundo, así que me tomó un poco de tiempo crear mi propia conciencia» (The Guardian, 7 de septiembre).
En Chile falta el filme El silencio de los Larraín Matte o Matte Larraín como aquel documental El silencio de los Quandt, que mostró por primera vez los lazos de esta familia con los nazis, o un estudio, como el de Joachim Scholtyseck denominado La familia Quandt: riqueza, responsabilidad y silencio (2012).
Porque hoy en dia, Susanne Klatten —Quandt de soltera—, que en el listado Forbes 2022 tiene el puesto número 56, y a Stefan Quandt, en el lugar 77 de Forbes son tan dueños de Alemania como los Larraín Matte o Matte Larraín lo son de Chile.
Cuando el cine es un negocio redondo
Usaremos la categoría oligarquía indiana que se refiere a los empresarios que forjaron su fortuna en las colonias, se utiliza inicialmente para la conquista británica de las indias orientales, algunos empresarios compraron títulos de nobleza, y se creó dicha categoría para diferenciarlos de la oligarquía europea, de los títulos de nobleza propiamente europeos.
Esta categoría fue usada en el contexto de la colonización española de América, y la oligarquía indiana correspondía a los hijos de los empresarios españoles que por su enriquecimiento obtuvieron título de nobleza, y luego fueron los criollos. Esta acción creó en ellos una dependencia cultural, de querer ser parte de la oligarquía europea, de que sus títulos socialmente valieran lo mismo, la mayoría se sumó como súbditos de la Corona.
Sin embargo, algunas de ellos se rebelaron, y reclamaron su soberanía, situación que está consignado en algunas investigaciones, como las siguientes: Reformismo borbónico e insurgencias escrita por Miquel Izard, Élites, reformismo borbónico e insurgencia en las cordilleras y costas de la mar del sur (1777 – 1810) escrita por Jesús Hernández Jaimes, y Reformismo borbónico periférico y élites locales. La instrucción de regentes y sus antecedentes en Chile, de Javier Infante, entre otros.
Pablo Larraín Matte es integrante de la oligarquía Indiana dependiente culturalmente de la oligarquía europea, que reclama ser un súbito de la monarquía.
Recordemos que Pablo Larraín Matte, por sus ancestros maternos —Magdalena Matte Lecaros— proviene de los más granado de la oligarquía indiana chilena, la cual se constituye de la inmigración de facciones europeas, todas ellas con una concepción oligárquica medieval, que le fluye al cineasta, y queda plasmada en el personaje de la película, que es un conde.
Es decir, un ser de la oligarquía, para vincularlo aún más a los gustos refinados de ese grupo social, se expresa que el conde Pinochet: «habría sido (un) vampiro adicto a la música clásica», siendo esta última en nuestro país, y en todo el mundo, un signo de distinción oligárquico por excelente, siguiendo a Bourdieu.
Saquemos provecho a la categoría conde. Sobre todo en los estratos más ilustrados de nuestra oligarquía, trae el lejano recuerdo del conde de la Conquista, que paso a ser conde de la Independencia, nos referimos a don Mateo de Toro y Zambrano (1727 – 1811), para nuestro relato indagaremos en uno de sus descendientes don Melchor de Santiago Concha y Toro (1833 – 1892), quien fuera el IV Márquez de la Casa Concha, el cual se casó con Emiliana Subercaseaux Vicuña, destacamos que ella fue nieta de Francisco Ramón Vicuña y Larraín (1775-1849), solo para recordar los estrechos lazos familiares que surgen al interior de la oligarquía chilena.
Melchor y Emiliana fundan la viña Concha y Toro en 1883, que continúa hasta nuestros días, siendo una de las vitivinícolas más antiguas de Chile. En la actualidad, es parte del directorio de la Viña Concha y Toro don Mariano Fontecilla de Santiago Concha, quien es bisnieto del fundador, y en la actualidad es el X Marqués de Casa Concha.
El actual presidente del directorio de la viña es Alfonso Larraín Santa María, quien en la actualidad reclama el título de Márquez de Larraín, que hoy día ostenta Juan Eduardo Ovalle Gandarillas, este es un conflicto nobiliario, en el seno del clan Larraín, ya que el ancestro de Ovalle Gandarillas como de Alfonso Larraín Santa María fue José Toribio de Larraín y Guzmán (1784 – 1829), quien fue el primer marqués de Larraín.
Más interesante aún es que Agustín de Larraín y Lecaros (1746 – 1784) fue quien solicitó el título de Marqués de Larraín, que recayó finalmente en José Toribio de Larraín y Guzmán, quien se conecta por los lazos Lecaros con Magdalena Matte Lecaros, para demostrarnos cuan reducida es nuestra oligarquía.
Cuando la película se llama El conde, es propia de una subjetividad capturada por la ideología de una oligarquía indiana dependiente, que reclama títulos nobiliarios, para que los relacionen con la oligarquía europea.
Así, la oligarquía indiana dependiente requiere de un líder o monarca que los guíe, que los ordene, que haga las tareas terroristas represivas, y como ellos delegan todo, finalmente lo responsabilizan al líder de todo, y en este caso responsabilizan a Pinochet Ugarte.
Pablo Larraín Matte proviene de una oligarquía indiana, que siempre busca ser reconocida por la oligarquía europea, esto queda retratado en el inicio del largometraje, el comentarista de radio Biobío, Ezio Mosciatti, destaca la voz en off que recorre toda la película, sobre ella dice: «también es interesante el incluir una voz que va relatando a lo largo de la película. Un recurso que permite complementar, situar, agregar dosis de humor. Algunos notables».
Ezio Mosciatti no constata que esa voz está en inglés, y corresponde a Margaret Thatcher, y que ella junto a: «Augusto Pinochet son vampiros», que nos recuerda el columnista inglés Xan Brook, acá se expresa el carácter dependiente de los Larraín de la cultura inglesa, de ahí viene eso de ser «los ingleses de América Latina».
De esa forma, este inicio tan anglosajón de Pablo Larraín Matte en su película, con el recurso de la voz en off de Margaret Thatcher, tiene una raíz muy familiar.
Y eso —nos aclara el columnista inglés Xan Brook— que esta fascinación por la cultura inglesa viene por su madre, sobre esto nuestro director dice que: «hizo a Spencer principalmente por el bien de su madre. En el pasado, Magdalena (su madre) solía seguir el modelo de Diana. El mismo peinado, la misma vestimenta, todo funciona. Así que a ella le encantó la película», dice y luego se detiene y reconsidera: «tal vez hubiera deseado que fuera un poco menos oscuro (el color del pelo)».
Para que no quede ninguna duda, el estreno en Chile fue en honora a su madre, tal como lo indica esta nota periodística: «y si bien la función no contó con la presencia del director chileno más internacional, su madre, la exministra Magdalena Matte, fue una de las invitadas al evento. Su presencia no era una casualidad: según el propio cineasta, ella fue una de las inspiraciones principales al momento de llevar a cabo el filme».
Así, y para que no quede ninguna posibilidad de duda: «(Estamos) muy inquietos de saber qué piensan. Entiendo que dentro del público está mi madre, a quien nosotros le dedicamos esta película con mi hermano (Juan de Dios Larraín), así que espero que puedan disfrutarla. Y espero, mamá, que te guste la película, y si no te gusta, no le cuentes a nadie. Muchas gracias».
Nada más anglosajón, nada más europeo, que usar el recurso del vampiro, que es propio del sentido común de esos países, con esto Larraín, se convierten en uno de los trasplantados, que caracterizara Alberto Blest Gana en 1904: «su extensa permanencia (…) en París, le permitió conocer la cultura francesa y una gran variedad de tipos humanos, fijando su atención en Los trasplantados —personas llegadas desde América— que poco a poco iban acostumbrándose al lujo y a la vida social intensa del entorno, olvidándose por completo de su tierra de origen». Puede ser Paris, New York o Londres.
La lógica indiana dependiente construye a un Pinochet europeo: «vino a este mundo como un francés leal al rey en tiempos de la Revolución Francesa. Nacido bajo el nombre de Claude Pinoche, recaló en Sudamérica, siempre conservando su espíritu conservador, su apego al poder establecido y un especial gusto por los jugos de sangre, vísceras y otras menudencias humanas. Ya en Chile, Pinochet pasó a llamarse Pinochet».
El afrancesamiento de Larraín llega al clímax, nos diría Alberto Blest Gana, en el dialogo en francés entre el personaje Carmen (Paula Luchsinger) y Pinochet, notable, porque nos muestra el carácter indiano de Larraín, y que además se materializa cuando el personaje Margaret Thatcher llama india al personaje Lucia Hiriart.
Pablo Larraín llega a la máxima expresión de su arribismo cuando le otorga al personaje de Pinochet, una paternidad francesa y una maternidad inglesa, a través del rol de Margaret Thatcher, con lo cual los rasgos pro monárquicos son totales, no solo en el papel dramático de Pinochet, sino en la propia subjetividad de Pablo Larraín, cuando añora la restauración de la monarquía francesa, en su fascinación por mantener la cabeza de María Antonieta, y esa pieza propia de la oligarquía francesa.
Esta subjetividad propia de una oligarquía indiana dependiente, es la que estructura la película El conde, más importante, esa dependencia cultural es funcional a los intereses comerciales de Fábula, y así pueden ser acogidos por espectadores europeos, que son su consumidor principal, a través de Netflix: es un negocio indiano redondo.